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13 enero 2008

La generación de la "Che" (fotografía de Linchy)

Pakistán se ha quedado tan asolado tras el terremoto como el alfabeto cuando le quitaron la letra “che”. Se ha derrumbado el orden, aunque las ideas, gracias a las vocales, se han ofrecido el lujo de permanecer. En Islamabad han sobrevivido grandes pilares como el Gobierno, alimentado, principalmente, por la ayuda humanitaria pero zonas como Lahore o Bagh han perdido los grandes cimientos que en su día les aportaron vocales como A, O y E. De ahí que aún sigan denominándose Lahore y Bagh. Pertenezco a la Generación de la Che pero no me había dado cuenta hasta que llegué aquí. Las órdenes militares desmoronaban mis intenciones pero mis ideas permanecían gracias a que la Che fue la letra fundamental que me ha hecho pertenecer a una generación posmodernista en la que todo vale. Y si todo vale es porque la che me enseñó a articular palabras, y por tanto, ideas. Variopintas y especulativas de otras realidades y otros ambientes. Gracias a que conocí la letra Che he podido comprobar que la educación es un pilar fundamental de mi banal existencia durante trece días en este lugar. Bajo órdenes militares comprobé lo absurdo de esta misión y comencé a entender como se introduciría en mi vida la sustancia de esta comida picante cuando deduje que mi estado anímico no venía fermentado por las ideas de altos mandos sino por mi propia experiencia anterior. Al pertenecer a la generación de la Che, he podido gozar de ciertas circunstancias que en otros momentos históricos no habrían sucedido. Los que somos de la Che frente a los alfabetos modernos podemos sobrevivir en un mundo asolado por un terremoto. Podemos sentir miedo, pero a la vez, valentía ante circunstancias peligrosas. Y todo porque la Che condujo un momento en el que los jóvenes aún teníamos ideales. Un mundo que nos ha permitido subsistir sin alimento y colocar nuestra cabeza en su sitio cuando una nueva réplica de seis grados intenta descolocarnos las ideas. Quienes no pertenecen a la generación de la Che miran asombrados sus juegos electrónicos, se intercambian melodías del móvil, pagado por unos arruinados padres, y piensan que es imprescindible realizar botellón una vez a la semana para poder subsistir. La che me dio a mí en su día la fortaleza de poder prescindir de la materialidad para vivir durante trece días tan solo bajo mis recuerdos y recogiendo las ideas que luego se convertirían en algunos más y que comentaría con mis amigos con una copa de vino y una chimenea en llamas. Las llamas también destruyen pero no te queman tanto como un terremoto. He descubierto bajo los designios de la che el soborno y la extorsión enclavados en un mundo en el que cual lo fundamental es tener fe. Una convicción sustentada o bien en Kalashnikovs o bien sobre ruinas y bajo la homilía de un imán. La Che es lo que nos ha permitido tener la libertad de unas ideas que hagan que, en un mismo mundo y en continentes diferentes, la comida tenga un sabor diferente pero sea igual de necesaria. Yo carecí de comida en Asia pero no de la idea que comer es imprescindible. Ellos, los pakistaníes también lo sabían pero su fe les provocaba no darse cuenta de ello. La che me ha hecho libre. Los asiáticos carecen de Ches pero tienen fes. Y también son libres. Libertad que les hace ser diferentes a mi pero humanos en el sentido más estricto del término. Ellos son valientes porque no tienen miedo pero a mi le Che me hace saber que si no tengo un pasaporte estoy vendido y si carezco de una mosquitera puedo fallecer. En eso radica nuestra diferencia. En que a mi la Che me ha entregado el miedo como bandera y a ellos la fe les ha otorgado la ignorancia como estandarte. Y hoy aquí postrado en el mundo regido por la Che desconozco si ellos son más felices que yo; si ellos descansan tan poco como yo lo hago o si, incluso, la letra Che está aún en su alfabeto cuando en el nuestro y, por tanto, en nuestro mundo, se ha perdido el valor de las ideas.