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04 febrero 2008

Españoles perros

Tengo una pronunciada tendencia a leer los prospectos de los medicamentos que caen en mis manos. Me sirven de revulsivo en momentos íntimos (al igual que otros leen revistas del corazón), acompañan mis huidas a la cocina para exhumar un cigarro o amenizan las llamadas de teléfono en las que el interlocutor, con claros síntomas de aburrimiento, busca en mi conversación gastar la tarde y sentir que ha hecho algo útil. Creo firmemente en el principio de acción-reacción. Lo compruebo cada vez que leo un prospecto pues he sentido infundados mareos, vértigos, desorientación, alucinaciones, sequedad de piel…He ido incluso mas allá, he sentido como los ojos me cambiaban de color, mis piernas eran finos filamentos, o mis uñas crecían y crecían tanto que ofrecían cobijo a todo mi cuerpo bajo su ondulada forma…pero esto fue consecuencia del proceso onírico. Mi hipocondría llega a ser tan descabellada que el otro día sentí un nuevo síntoma. Especial, rabioso. Compré en el veterinario una pomada para mi perro que, según indicaba el prospecto, era muy tóxica. Tras untarle el ungüento me lavé las manos con ahínco y creí salir airosa de la situación. Al día siguiente me levanté y mis piernas tenían más pelo de lo habitual, mis colmillos no me permitían cerrar del todo la boca y mi nariz había tomado una forma cilíndrica extraña. También comprobé que tenía una extraña protuberancia en mi trasero. Fui corriendo a mirar el prospecto y en el último párrafo ponía: si usted vive en España, con una hipoteca de 1000 euros - lo que cobra por trabajar diez horas -, y su tiempo libre lo dedica a ahorrar lo que no tiene…puede ser que sienta deseos de convertirse en perro. Hable con su jefe.