He matado a Dios
“¡¡Ay que joderse!!, toda la vida renegando de la cruz que me colgaron del pecho cuando nací y hoy estoy aquí... corriendo... como un estúpido degenerado, porque he quedado con Dios para tomar una caña” Con esta ansiedad manifiesta me dirigía a esta importante cita de la cual no conocía ni el motivo ni el final. “Y dime tú que coño tendré yo que ver con el tal Dios¡¡. Un tío del que me llevan hablando toda la vida. Un fantasma de la infancia que tenían en casa colgado y dibujado por todos sitios y yo pensaba...pues eso, que era un fantasma,... un fantasmón de propaganda. Eso sí, el tío... muy diplomático. Bueno, pues a ver que me cuenta el Dios este”, me dije mientras jadeaba por las prisas y apuraba el cigarrillo. “Me jode presentarme así, pero no he tenido un buen día. No te creas que tengo tanta cara para venir a pedirte un favor en este estado. No me faltan razones para odiarte. Nunca me has hecho ni caso, pero imagino que los amigos están ahí siempre, sin condiciones...y yo sé que tú me has mirado de reojo alguna vez...bien y mal...como a los amigos”, me dijo el cachondo cuando le recogí medio borracho de la barra de un bar. No contento con esta retahíla me suelta que mate a mi caniche, que él esta anciano, que no tiene fuerzas y que es el próximo animal por morir. Ante mi mirada estupefacta y colérica le mando “cerca” y le ofrezco mi rotunda negativa. Su visita me dejó algo despistado. De tal manera que vagueo por las calles hasta que decido ahogar mi ansiedad en un bar con televisor, en un día que sabía que no había partido de fútbol. Al entrar, la camarera estupefacta miraba la caja tonta y ante mi pregunta de qué había pasado me comenta que un pit-bull ha arrancado la cabeza de cuajo a un señor. Dirijo mi mirada al televisor y reconozco la cabellera de Dios. Los perros son los mejores amigos de los hombres, pero también los más fieles a sus semejantes.